Emotivos relatos marcaron premiación del Concurso Cuentos y Microcuentos en tiempos de Pandemia

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Comunicar la realidad de la pandemia desde diversas perspectivas, fue lo que permitió el Concurso de Cuentos y Microcuentos en tiempos de pandemia, impulsado por el Programa de Apoyo Académico al Estudiante, PAAU y el Programa de Acceso a la Educación Superior, PACE.

La iniciativa incentivó la participación de estudiantes, académicos y administrativos, fomentando de esta manera la escritura y creatividad en la comunidad ufroniana, con relatos que plasmaron las emociones y vivencias de más de sesenta concursantes.

 

El primer lugar en la categoría Cuentos fue para Luz Ortega, estudiante de Psicología con su relato “Soledad”, mientras que el segundo, tercer y cuarto lugar respectivamente, recayeron en Andrés Urrea con su relato El día en que Simón Federico se enamoró de Covida, Andrea Salinas, con su cuento “Cómo romper la monotonía”, y Tanya Rodríguez, con el texto “Un Rayo de optimismo en el caos”.

En la categoría Microcuentos/Estudiantes, el primer lugar se lo llevó Catalina Peña, con su relato “Todo Cambia”, en tanto el segundo lugar fue para Mariela Caniullán con su cuento titulado “Vivir Simplemente”. Mientras que el tercer y cuarto lugar fueron para Carolina Huilcapán con su microcuento “La última vez”, y para Tamara Riquelme con su relato “El cumpleaños”.

En tanto, en la categoría Microcuentos/Funcionarios, administrativos y académicos, el primer lugar con el texto “Cuestión de Perspectiva”, fue para Renato Navarrete, profesional de UFROMEDIOS. Mientras que la ganadora del segundo lugar fue María Ibarra, con su microcuento Como si hubiera sido hace mucho tiempo”. El tercer y cuarto lugar respectivamente, se lo llevaron Luis Suárez, bajo el título de “Haciendo vista gorda” y Andrés Urra con su microcuento “Por no usar mascarilla”.

La ganadora de la categoría Cuentos, Luz Ortega, agradeció que en la Universidad se lleven a cabo este tipo de instancias: “Siempre me ha gustado escribir, pero nunca me había atrevido a publicar, pero en esta oportunidad sentía que podía entregar un mensaje con el que más personas se sintieran identificadas… Creo que estas instancias dentro de la Universidad son muy importantes, ya que se fomenta no solo la escritura y la lectura, sino que ayuda a las personas igual que yo, que no se sienten capaces de escribir algo o que no se creen buenas, por lo tanto, es un gran impulso para que comiencen a dedicarse a lo que les gusta y disfrutar de ello”.

Mientras que el ganador en la categoría Microcuentos Funcionarios, Administrativos y Académicos, Renato Navarrete, destacó la importancia de abrir espacios como este: “Agradecer la instancia y la posibilidad de poder compartir parte de lo que uno vive, y las emociones que a veces nos reservamos, pero que ahora tenemos la oportunidad de plasmarlas en este concurso, y en ese sentido este desafío me pareció muy interesante y muy sanador también”

El concurso fue organizado por el Área de Habilidades Comunicativas del PAAU, quienes realizan un importante trabajo junto a tutores de diversas disciplinas, y que en esta oportunidad buscaron fomentar la escritura en los diferentes espacios universitarios. Para el segundo semestre esta área espera continuar gestionando actividades que sean de interés para la comunidad, a través de la vinculación con Centros de Estudiantes para el desarrollo de talleres tanto de convocatoria abierta como cerrada.

Ganadores categoría MICROCUENTOS / FUNCIONARIOS

 

 

 

 

 

Ganadores categoría CUENTOS

«Soledad»
Luz Eliana Ortega Martínez/ Estudiante de Psicología

Suena la alarma, me despierto a apagarla y abro las cortinas. Ya van 4 días en que el sol no
aparece por mi ventana y la lluvia ha sido mi fiel compañera durante las mañanas. Me dirijo
a mi escritorio y enciendo mi computador, dejando en el lado izquierdo mi café, como es de
costumbre. Por ratos, la lluvia se vuelve más débil, lo que me hace perder la concentración,
ya que me da una pequeña esperanza de que saldrá el sol, pero no es así. Las tripas comienzan
a crujir en mi estómago, sin darme cuenta he pasado 5 horas sentada frente a este aparato.
Sin el sol iluminando mi habitación es más fácil perder la noción del tiempo. Apago el
computador y me preparo algo de comer mientras veo televisión, tratando, como siempre, de
evitar los canales de noticias, ya que todos hablan de lo mismo, número de contagiados,
número de fallecidos, sólo números, pero son más que eso, son personas que tal vez no
puedan volver a ver el sol asomándose por sus ventanas, personas que han dejado un vacío
en sus cercanos, personas que no volverán a juntarse con sus amigos a almorzar un día
domingo por la tarde. Encuentro una película, en ella todos se ven felices al irse de vacaciones
en familia. Familia. Extraño la cercanía que me generaba esa palabra, no los veo hace mucho,
pero no se puede salir de casa. Termino de comer y dejo la película por la mitad, creo que
me sentaría bien una siesta para reponer energías.
Despierto y todo está oscuro, creo que dormí más de la cuenta, me he perdido la última clase
de la tarde y quedaré atrasada con la materia, pero ya habrá momento para preocuparse por
ello. Creo que sería bueno socializar con alguien, el encierro y la lluvia no son mis mejores
aliados en cuanto a felicidad se trata. Tomo mi celular y hago videollamada con amigos, me
encanta pasar tiempo con ellos y reírnos, así todos olvidamos un poco lo que está pasando
afuera. Hoy es diferente, uno de mis amigos ha perdido un familiar. La tarde se torna más
gris, hay un sentimiento de tristeza que inunda toda mi habitación y afloran sentimientos que
desearía no sentir, pero no puedo escapar de ellos. Hoy no ha habido ninguna risa y la reunión
ha acabado muy pronto, lo que me sienta muy mal. Nuevamente estoy sola, sola en mi
habitación, con mis pensamientos dándome vueltas una y otra vez en la cabeza. Trato de
despejarme escuchando un poco de música, hace que me relaje hasta tal punto que me quedo
dormida.
Suena el despertador. Ha comenzado un nuevo día, pero para mi sorpresa todo está muy
iluminado. Me asomo por la ventana, puedo ver un cielo despejado y a lo lejos lo veo, el sol.
Cada uno de sus rayos llega hasta mi cara, puedo sentir su calidez, como si fuera alguien muy
querido que viene a visitarme. Me levanta el ánimo y hoy no es necesario una taza de café
para mantenerme despierta. Sólo tengo una clase, por lo que al terminar podré tener el tiempo
necesario para ponerme al día con la materia atrasada del día anterior. Al terminar, apago el
computador y me doy cuenta que junto a él, sigue la taza de café, miro a mi alrededor y veo
que hay varios vasos que tampoco deberían estar aquí. Como me llevó tan poco tiempo
ponerme al día con la materia, me queda bastante rato libre antes de almorzar, así que sería
buena idea limpiar y ordenar un poco. Los días de lluvia no me dieron los ánimos suficientes
para hacerlo antes, por lo que todo está hecho un desastre.
Una vez que ya está todo limpio y ordenado, sigo con mi rutina, hacer algo de comer mientras
veo televisión. Hoy a diferencia de días anteriores decido ver un momento el canal de
noticias, siento que hoy no será tan malo como ayer. Para mi sorpresa, dan una noticia que
me alegra bastante, mañana acabará la cuarentena. Creo que era necesario, después de pasar
tanto tiempo en casa necesitaba un respiro. El resto del día lo paso planeando que haré
mañana, quiero ir a visitar a mi familia, ya que hace mucho no los veo y me servirá para
sentirme un poco más acompañada y tranquila cuando vuelva a casa.
Suena la alarma nuevamente. Hoy, luego de más de un mes podré salir y ver otras caras. Sé
que las condiciones no están para andarme paseando por las calles, por lo que siempre
mantengo el debido cuidado. Salgo de mi casa, camino unas cuadras y veo a alguien que
pasea a su mascota, quizás él no se sienta tan mal de estar encerrado, ya que tiene a un
compañero. Lo saludo y me mueve la mano como diciéndome hola, a través de la mascarilla
no puedo ver su cara, pero se que me ha sonreído al ver sus ojos achinarse levemente. He
aprendido a ver el ánimo de una persona por sus ojos, muchos caminan sin levantar la mirada,
por lo que me puedo imaginar que no sienten bien. Hace mucho tiempo yo también caminaba
así, sin mirar a nadie, sólo mirando por donde pisaba y procurando de no hacer contacto
visual con nadie, ya que si me saludaban, tal vez no sería capaz de emitir alguna palabra y
tampoco podría sonreír, por lo que prefería no hacer sentir mal a nadie por no corresponder
el saludo.
Luego de caminar unas cuadras más y saludar a algunas personas, llegué hasta la florería,
compré un gran ramo de flores y seguí con mi camino. Estaba feliz, después de mucho tiempo
podría ver a mi familia, desde que se contagiaron no he vuelto a verlos y me he sentido muy
sola. Estuve bastante rato en el cementerio sentada junto a ellos, les hablé de todo lo que
había pasado este tiempo, omitiendo lo sola que me había sentido, creo que era información
que quería guardar para mí. De vuelta a casa, pasé a comprar comida para no tener que
cocinar, no quería perder tiempo en eso. Luego de desinfectar todo y darme una ducha, comí
rápidamente y decidí leer un poco. Tomé una manta, un cojín, el libro y me fui a recostar en
el patio, el día estaba muy agradable, el sol estaba en lo alto del cielo, más resplandeciente
que nunca. Luego de terminar el capítulo, hice videollamada con mis amigos para pasar la
tarde, creo que era un buen día para todos, ya que la risa se hizo presente.
Hoy a diferencia de otros días, me sentí acompañada, la soledad no estuvo acechándome ni
un segundo, sentí compañía en cada persona que me crucé por la calle, en mi familia, en mis
amigos y lo más importante, en mí misma.

«El día en que Simón Federico se enamoró de Covida»
Andrés Mauricio Urrea Díaz/Psicólogo PAAU

Como de costumbre, Simón Federico salió de su casa a las 7:50 am para ir a
trabajar a la feria de la ciudad. Esperaba que fuera un buen día, pero todo comenzó
a ir mal desde el mismo momento en que pisó una mierda de perro antes de subirse
al micro. No le quedó de otra si no maldecir su suerte, porque tiempo no tenía para
regresar a su casa a cambiarse.
Como era verano, a pesar de ser aún temprano, por algún motivo el micro al que se
subió concentraba un calor infernal que provocó que el olor que emanaba su zapato
se extendiera a lo largo del pasillo. Se hizo evidente que la gente lo miraba extraño
y refunfuñaba entre los dientes, lo cual le hacía sentir más que vergüenza, rabia
consigo mismo y con el perro que había cagado en el paradero. Deseaba tenerlo
cerca para patearle el trasero, y si acaso tuviera dueño, darle un combo para que
aprendiera sobre tenencia responsable.
Trató de mantener la calma y hacer caso omiso a los comentarios y murmullos que
parecían retumbar en las ventanas. Cuando por fin llegó el momento de bajarse,
pensó que terminaba su martirio, pero un grupo de jóvenes adolescentes, al parecer
de un equipo de basquetball que llevaba el logo de la UFRO, lo miraban sin parar de
reírse y lo último que escuchó al poner su maloliente pie en el pavimento fue:
“báñate ctm”.
El salmón llegó tarde, un cliente le escupió en la cara, una multa por no tener su
permiso al día le fue impuesta y al final del día perdió todas sus ganancias, no supo
si por descuido o si alguien le robó mientras intentaba tomar la micro de vuelta a
casa.
Un día para el olvido, pero como siempre decía,» siempre hay un mañana, un nuevo
amanecer y hay que dar vuelta a la página». ¿Qué más podría salir mal?
Al llegar a casa noto que una persona ocupaba el departamento del lado que había
estado vacío por meses. La curiosidad no logró mitigar su cansancio mental, así que
le restó importancia, hasta que un par de horas después se presentó ante su puerta
la nueva vecina. Una hermosa y joven mujer proveniente de Asia, con ojos
rasgados, piel de muñeca y unos labios rojos como una frutilla. Era la mujer más
linda que habían visto sus ojos; después de todo, el día no podía ser peor y
comenzaba a mejorar.
¿Amor a primera vista? Quizás. Su nombre era Cóvida, 19 años, con un acento algo
particular aunque hablaba perfectamente español. Necesitaba ayuda para poner un
enorme y pesado TV sobre su armario de madera color marrón. Simón le ayudó
intentando ocultar su mirada de idiota y la baba que después no supo si se imagino
o fue real.
Lo cierto es que esa noche no durmió pensando en Cóvida, lo que provocó que el
día siguiente no fuera mejor que el anterior puesto que pasó muerto de sueño y sin
energía. A eso se le sumó un par de días más tarde una fiebre inesperada que lo
imposibilitó para realizar sus labores.

En la medida que su obsesión por Cóvida crecía, aparecían nuevos síntomas como
dificultad para respirar, dolor articular entre otros. Sin embargo, fantasear con su
vecina le daba el aliento suficiente para levantarse y observar por la ventana cada
vez que escuchaba su voz o algún ruido que indicara que podía estar rondando en
las afueras.
Un día con penosa dificultad por su malestar general y una tos que no le dejaba
escribir, redactó unas líneas que suponía jamás llegaría a manos de la ahora dueña
de su corazón.
Invades mi cuerpo y mi mente cuál virus llega sin pedir permiso.
Soy tu huésped, eres mi delirio.
Si tan solo supieras que muero por ti mientras vives en mí.
En mi agonía te veo, entre mis quimeras te escucho, sé que no estás ahí, o quién
sabe, pero tus palabras son tan dulces que no puedo más que perderme entre ellas
como un niño en una juguetería.
Tan solo pides una oportunidad, y sé que me haces daño al vivir en mí; quiero que
te vayas. ¿Para qué amarte si no eres de nadie y a la vez de todos?
Lo sé amor mío, solo necesitas el mismo aire que respiro para vivir. Podemos pues
compartir este espacio, un mismo cuerpo, un mismo tiempo, un mismo corazón. No
estarás por mucho, podemos llevarnos bien, aunque al final, sé que te irás. No me
perteneces, yo en cambio soy todo tuyo y estoy a tu Merced.
¿Y si acepto tus condiciones? ¿Si tan solo dialogamos y te doy lo que pides de mí?
Rechazo la idea de amarte, aunque saben las estrellas que entregarme a este amor
puede ser mi perdición o mi salvación.
Oh dulce Cóvida, misteriosa e incomprendida.
Vive en mi cuerpo como en mi mente, seamos uno y márchate dejando en mí solo el
recuerdo de un amor imposible.
La misma noche en que escribió el poema fue ingresado a urgencias del hospital
regional. Casi no podía hablar, su rostro demacrado daba la sensación de que
estaba más muerto que vivo. Los médicos intentaban ponerle un catéter, oxígeno y
medicamentos para salvarlo, pero él, con el poco aliento que tenía sacó del bolsillo
de su camisa el papel donde que contenía su confesión de amor, y colocándolo con
escasa fuerza en el pecho de su médico, le dijo forzosamente: “no me cure doctor.
No puedo vivir sin ella”.

 

«Cómo romper la monotonía»
Andrea Salomé Salinas Frutos/ Estudiante Ingeniería civil industrial

 

El agua y la comida se acabaron más rápido de lo que había pensado.
Compré bastantes abarrotes la última vez que fui al mercado, pero al parecer subestimé mi
manera de comer. Uno no se da cuenta de esas cosas cuando vive en una cueva donde el
tiempo pierde un poco su significado.
Mi cueva no es muy grande, pero es mía. Hay una pequeña hoguera en la esquina, una cama,
un escritorio y muchos libros. Las paredes están decoradas por mis dibujos y por escritos
sobre mis estudios. Tengo todo lo necesario para aprender lo oculto de las ciencias.
Me paré de mi silla y estiré un poco mi cuerpo dormido. Había estado estudiando alquimia
por un par de horas cuando el hambre llegó y me di cuenta que ya no tenía provisiones. Cerré
el libro cuidadosamente, era antiguo, muy antiguo, con paginas amarillentas, escrito en letras
creadas por gente que vivió mucho tiempo atrás. Siglos de conocimiento sobre ciencia secreta
contenida en esas frágiles páginas. Al lado del libro estaba mi tintero, un regalo de mi madre,
tomaba notas de la información más importante para intentar entender esta materia, hasta que
mi guatita reclamó y decidí que era el momento perfecto para tomar un descanso, así que lo
cerré cuidadosamente para no causar ningún derrame en mi escritorio.
Me dirigí hacia mi baúl de ropa, quería algo abrigado para iniciar mi travesía hacia el
mercado. Me coloqué varias capas de ropa y una bufanda de lana cubriendo mi cara para
evitar el frio y cualquier enfermedad que esté rondando. También saqué mis botas favoritas,
había llovido durante días en la zona y no quería mojarme, además estas botas fueron hechas
con un hechizo especial para aguantar el agua sin congelar mis pies. No podía olvidar los
guantes, mis manos se enfrían muy fácilmente, y es bastante molesto cuando duele mover
mis dedos por el frio.
Agarré un pequeño bolso de cuero y puse algunas monedas de oro y plata, lo guardé muy
bien en mi capa. También llevé mi daga, es bastante básica, sin ningún adorno muy costoso,
y un mango de madera pulida, no es muy vistosa, pero sirve para protegerme en caso de que
alguien intente robarme.
Antes de salir abrí un cofre que contenía carne deshidratada, no es para humanos, pero era
necesario llevarlo cada vez que salía de mi cueva. Para controlar a la bestia.
En los alrededores de mi cueva existe un ser mítico, para poder salir al mercado tenía que
evitar que me vea o me prestara demasiada atención, las últimas veces que eso había pasado
me dejó con unos rasguños que ardieron durante días.
Salí muy callada, con pasos susurrantes y atenta a cualquier movimiento fuera de lo normal.
A pesar de caminar por ese lugar mil veces pasé a romper una rama, que provocó un ruido lo
suficientemente fuerte para que unos ojos gigantes y amarillos aparecieran ante mí. Era la
bestia, tal como los bardos la describían hace años. Este animal era gigante, con un pelaje
gris y largo, ojos felinos y unas garras de temer.
La bestia se acercó lentamente hacia mí, moviendo su nariz, definitivamente estaba oliendo
la carne que traje para distraerla. Saqué lentamente la carnada y vi que sus ojos se dilataban
significativamente. Su gigante cabeza seguía mi mano, me acomodé para tirar la carne lo más
lejos posible. Conté hasta tres y la lancé, la bestia corrió hacia su comida y yo corrí hacia el
lado opuesto sin mirar atrás. Quería salir de ahí antes de que el animal deje de ponerle

atención a la carne.
Logré salir sin más problemas, ahora tenía que bajar una pendiente, no era tan difícil, sin
embargo, era cansado después de no haberme movido por tanto tiempo. Al terminar de bajar
llegué al camino que lleva al mercado. No era tan largo, pero lo suficiente para que el frio
atravesara mi ropa. La calle estaba llena de pequeños charcos que intente esquivar sin mucho
éxito. A pesar de no ser un día muy propicio para salir, había mucha gente afuera. Se me
cruzaron algunos elfos muy bien vestidos que se veían fuera de lugar entre tantos mortales,
también vi a una familia de enanos que venía desde el mercado, al parecer no era la única
persona que se había quedado sin comida.
Al fin llegué a mi objetivo, entré al mercado y estaba lleno como siempre, criaturas entrando
con plata y saliendo con provisiones. Busqué cosas puntuales, una cantina de agua, algunos
suministros de la pastelería, galletas, pan. Gasté muchas monedas, las cosas estaban más
caras últimamente. Salí del supermercado y el viento me congeló los ojos, gracias a la
mascarilla mantuve un poco de calor, mis botines favoritos también cumplieron su propósito
y mis pies estaban calientitos.
Hice el mismo recorrido de vuelta, mientras avanzaba guardé mi monedero en mi chaqueta.
A pesar del frio y del virus la gente seguía llegando en grandes cantidades al super. Llevaba
las bolsas con comida en mis manos, que a pesar de los guantes estaban congelándose, nunca
las puedo calentar bien y después terminan doliendo. Llegué al pie de mi edificio y comencé
a subir los tres pisos que parecían una pendiente cuando las piernas estaban casadas. Los pies
me pesaban, pero mis ganas de volver a calentarme en la estufa eran más grandes.
Abrí la puerta de mi departamento cuando escuché maullar a mi pequeña bestia. Entré y ahí
estaba mi gatita, esperándome para que le dé más comida. Al entrar me saqué y guardé mi
mascarilla, me lavé las manos antes de acariciar a mi bestia de ojos amarillos. Ya se había
comido todos los dulces que le di antes de salir.
Abrí las bolsas que traje del supermercado, saqué una botella de agua y un paquete de galletas
y los desinfecté. Quería comer antes se seguir repasando química. Al terminar mi tentempié
me senté a seguir estudiando, tomé mi lápiz, me lo regaló mi mami y es suave para escribir,
seguí tomando mis apuntes, como todos los días. Lo mismo todos los días. Mañana tengo
prueba, tengo que concentrarme y dejar de soñar.


«Un Rayo de optimismo en el caos»
Tania Camila Rodríguez Pinoleo/ Estudiante de Enfermería

Algunas veces le parecía lejano pensar en cómo había comenzado todo.
El 2020 estaba destinado a ser un año de nuevos comienzos, dejando atrás los temores que
de vez en cuando rondaban por su cabeza y preparándose para afrontar los nuevos retos que
traería su vida universitaria. Aún recordaba que la mañana en que fue a matricularse el cielo
estaba nublado y hacía frío, pero ni siquiera eso podía menguar la satisfacción que sintió al
salir del Gimnasio Olímpico siendo oficialmente una estudiante de la carrera que había
anhelado por tanto tiempo. Se sentía emocionada por el nuevo capítulo de su vida que
estaba por comenzar a escribirse, por las nuevas personas que conocería y por las nuevas
experiencias a las que se vería enfrentada. Creía que nada podría arruinar su felicidad.
Pero entonces, un par de días después, ocurrió.
Había oído las noticias que hablaban del virus que se había originado en el continente
asiático y que rápidamente se estaba expandiendo por Europa e, incluso cuando se
identificaron los primeros casos en América, le seguía pareciendo irreal que un virus así
pudiera llegar a un país como Chile… hasta que el primer caso fue confirmado, y no pasó
mucho tiempo para que apareciera una persona contagiada en la región. Aquel fue el
momento que realmente marcó el antes y el después de todo.
El uso de la mascarilla, el lavado de manos y el distanciamiento social fueron las medidas
que no tardaron en ser propagadas por todos los medios. Una parte de ella, tal vez la que
intentaba mantenerse más optimista, esperaba que ello fuese suficiente para mantener
controlada la propagación del virus, que sería cosa de un par de semanas para que todo
volviera a la normalidad. Lamentablemente, bastaron sólo días para que se diera cuenta de
que aquello no ocurriría. Las primeras muertes a causa del virus se dieron a conocer, el
número de casos a diario aumentaba de forma exponencial y, eventualmente, la cuarentena
fue implementada en la ciudad. Sin embargo, aquello no evitó que los casos continuaran
aumentando ni hizo más sencillo el trabajo del personal de salud, no ayudó en el
desabastecimiento de artículos de primera necesidad ocasionado por personas que llenaban
sus carros con jabón, alcohol gel y papel higiénico en medio de la histeria y,
definitivamente, no significó nada bueno para las tasas de desempleo.
En medio de los nuevos casos y noticias que día a día salían en relación al virus, ella se
mantenía en su habitación, pasando horas frente al computador en lo que ahora era su vida
universitaria, una muy diferente a la que había imaginado. Su bienvenida había consistido
en revisar unos videos y archivos pdf disponibles en campus virtual, las clases presenciales
habían sido reemplazadas por reuniones en zoom, la interacción con sus compañeros se
limitaba a ver pequeños cuadros con sus nombres durante las clases y a un par de mensajes
en el grupo de whatsapp de mechones, su mayor temor se había convertido en que su
conexión a internet fallara en medio de una prueba y la carga académica pronto se volvió
una pesadilla. Lo peor era escuchar de vez en cuando a alguien decir lo cómodo que
seguramente le resultaba tener clases sin salir de su casa, después de todo, ¿Quién podría
quejarse de ver clases estando en la cama? Y claro, ella no negaría la ventaja que había al
no tener que levantarse de madrugada para llegar con tiempo a una clase en la universidad
pero, ¿Por qué nadie pensaba en el dolor de espalda con el que terminaba al final del día
por estar sentada durante horas en el escritorio? ¿Qué pasaba con los dolores de cabeza

ocasionados por mirar la pantalla del computador por largos periodos de tiempo? ¿Quién
entendería que luego de transcribir varias clases, hacer un montón de trabajos grupales y
preparar con anticipación los siguientes temas a revisar se sentía frustrada porque le parecía
que no lograba avanzar ni aprender nada? ¿Qué pasaba cuando, por el ruido de la calle o el
que hacían sus padres al trabajar en casa, no lograba concentrarse? ¿Quién entendería que
el encierro a veces le jugaba una mala pasada y comenzaba a tener pensamientos que le
hacían daño? ¿A quién podría contarle que lloraba cuando sentía que todo se le escapaba de
las manos, lo que ocurría con más frecuencia de la que podría admitir? Pero entonces
recordaba el estado cada vez más crítico de la pandemia, y pensaba en la incesante y
sacrificada labor de la primera línea en los hospitales, en las personas que habían perdido a
familiares y amigos, en quienes habían perdido su trabajo, en quienes estaban solos, y se
daba cuenta de que siempre habría alguien en una situación peor a la de ella, que no era el
momento de quejarse; era entonces cuando se daba un minuto a sí misma y se limpiaba las
lágrimas, tomaba una profunda inspiración y terminaba la última transcripción del día en su
escritorio, y así, al salir de su habitación y oír a sus padres preguntar cómo habían estado
las clases, les sonreiría y contestaría que todo estaba bien.
Sabía que el cansancio, la frustración y la incertidumbre ante lo que estuviese por venir
siempre estarían habitando en una parte de su mente, pero también sabía que debía
mantenerse fuerte, no sólo por sus padres, sino por ella misma y por sus propios sueños. Y
días, semanas, meses y más de un año después seguía adelante, con algunos días mejores
que otros, pero negándose a que la “nueva normalidad” le hiciera sentirse derrotada. Al
menos había encontrado en la lectura, escritura y en los musicales de Broadway un escape
para cuando las cosas a su alrededor comenzaban a abrumarla.
Y cuando junio de 2021 trajo consigo su primera práctica presencial en la Facultad de
Medicina y la oportunidad de conocer a algunos compañeros por primera vez luego de
haber oído sus voces y verlos a través de la pantalla del computador por más de un año, se
permitió a sí misma volver a sentirse optimista. O, al menos, en justa medida. Sí, aún se
debía hacer frente a muchos desafíos en materia del virus, pero sin importar cuánto tiempo
tendría que pasar para que volviera a pisar la universidad o para que pudiera llevar a cabo
los miles de planes que anhelaba realizar, esperaría. Y cuando volviera a mirar hacia atrás y
pensara en las lecciones aprendidas, los obstáculos superados y los miedos enfrentados, se
daría a sí misma una palmadita en la espalda y continuaría hacia adelante. Porque, a pesar
de lo difícil que había sido el camino, lo mejor estaría esperando frente a ella.
Y entonces sería el momento de disfrutarlo.

 

 

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